Coghlan

Me mudé hace poco tiempo a un piso cerca de Atocha en Madrid y estoy experimentando aquello que llaman «el barrio». Un concepto, una vivencia, de la que siempre he creído carecer.

En Buenos Aires tenemos los llamados «100 barrios porteños». Si uno afirma ser porteño normalmente pertenece a uno. Buenos Aires es inmensa y yo nunca tuve un barrio.

Aunque hay uno, en el que nací. Coghlan.

Nadie conoce Coghlan a menos que haya estado allí, es un barrio pequeño, aislado por un cruce de vías ferroviarias.

Coghlan. Tiene una estación de tren preciosa. En el jardín de la estación viven los primeros árboles que trepé y que ahora son el mundo de los niños que tienen mi edad de aquél entonces.

Nací en Roosevelt y la vía, en un pisito de alquiler. Un sapo vivía en la bañera.

Luego nos mudamos muy lejos de allí. Pero volvimos a mis nueve años a una hermosa casa estilo normando en la calle Manuel Ugarte. En esa casa perdí, y en ese barrio, a mi madre.

Actualmente vive mi padre en Coghlan, en la calle Rivera. Nos volvimos a mudar en otro momento en el que volvimos a volver.

Me he mudado de barrio incontables veces, de Coghlan a San Fernando, de San Fernando a Coghlan, de Coghlan a Nuñez, de Nuñez a Belgrano, de Belgrano a Coghlan, de Coghlan a Belgrano, de Belgrano a Belgrano, de Belgrano a Vicente López, de Vicente López a Coghlan, de Coghlan a Palermo, de Palermo a Parque Avellaneda, de Parque Avellaneda a L´hospitalet de Llobregat, de L´hospitalet de Llobregat a Horta, de Horta al Poble Sec, del Poble Sec al Raval, del Raval al Eixample, del Eixample a Arganzuela, de Arganzuela a Atocha.

Mi piso en Atocha es pequeño, lo llamo «cajita de zapatos». Mis ventanas dan a un patio interior. Hay una vecina enfrente, una señora que estudia el estado de su cutis en un espejo redondo con ribete dorado.

-¡Bienvenida al barrio!- gritó bajo pero que la oyera claramente.

 

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