(Os recomiendo, a los que no habéis leído los capítulos anteriores, comenzar por la parte primera).
A la mañana siguiente amanecí un momento después que el sol.
Desayuné. Mientras lo hacía Javi se acercó a mí con un mapa y me dijo que me había preparado una excursión. Marcó un punto en el mapa y con un gesto suave me invitó a asomarme por una de las ventanas. Esta era pequeña y se ubicaba en la parte trasera del refugio. Se veía un sendero a través de ella.
-Tomas ese camino, y sigues en dirección al refugio de Amitges- dijo, señalando hacia fuera -encontrarás indicaciones.-
Preparé una mochila con agua, frutos secos y chubasquero, dejé atrás mi macuto y me fui. Javi dijo que encontraría el camino z un mirador al «Estany de Sant Maurici» y a los «Encantats«, picos gemelos, emblemáticos del Parque.
Era un día maravilloso, repleto de luz. Anduve horas, meditando en el movimiento, disolviéndome en el entorno. Encontré un pino muy antiguo en un prado, tenía el tronco de pino más grueso que jamás había visto. Me tumbé un rato bajo su sombra, y percibí la silenciosa y primitiva sabiduría de quien siempre ha estado allí. Profundo conocimiento del detalle. -Igual que conocer el Todo- pensé.
Seguí el sendero, me crucé con alguna gente. Las indicaciones me rescataban cuando comenzaba a sentirme perdida y al fin encontré el mirador, allí no había indicación alguna, pero con solo asomarme me dí cuenta que había llegado. La vista era magnífica, al final de un verticalísimo abismo se desplegaba un lago y los Encantados, a mi derecha, descansaban imponentes.
El día había sido perfecto, sin embargo algo más ocurrió al regreso, en cierto punto del trayecto de vuelta.
Volvía embriagada de placer sensorial cuando vislumbré una marca. Difuso sobre una superficie pedregosa que se elevaba ví una torre piramidal. La marca no era más que un montoncito de piedras. La seguí. El terreno era empinado y difícil de transitar, mis pies resbalaban sobre el suelo de finas rocas. Cuando alcancé el primer hito, contemplé a mí alrededor y mis ojos encontraron, como si se acostumbraran a la oscuridad, otro. Fui a alcanzarlo, y así estuve un rato indefinido. Eran prácticamente invisibles. No había pensado hasta ahora en lo uniforme que puede resultar el auténtico caos natural. Buscaba una forma geométrica, disonante, que resalte. Me dejé llevar por aquellas manipulaciones que se escondían y luego aparecían para mi percepción.
-Si uno sabe dónde va, es más fácil- pensé.
Llegado un momento, en el que la pendiente era muy acusada, miré hacia arriba y solo vi una gran roca oval que se desprendía del resto, como flotando. Luego el cielo. Trepé hasta la roca, utilizando también las manos. Me incorporé. Estaba en lo alto de un pico. Encontré allí cerca una pirámide de piedra, como las que había seguido, pero de mayor tamaño. Era la seña madre.
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[…continuará…]