Coghlan

julio 19, 2019 - Leave a Response

Me mudé hace poco tiempo a un piso cerca de Atocha en Madrid y estoy experimentando aquello que llaman «el barrio». Un concepto, una vivencia, de la que siempre he creído carecer.

En Buenos Aires tenemos los llamados «100 barrios porteños». Si uno afirma ser porteño normalmente pertenece a uno. Buenos Aires es inmensa y yo nunca tuve un barrio.

Aunque hay uno, en el que nací. Coghlan.

Nadie conoce Coghlan a menos que haya estado allí, es un barrio pequeño, aislado por un cruce de vías ferroviarias.

Coghlan. Tiene una estación de tren preciosa. En el jardín de la estación viven los primeros árboles que trepé y que ahora son el mundo de los niños que tienen mi edad de aquél entonces.

Nací en Roosevelt y la vía, en un pisito de alquiler. Un sapo vivía en la bañera.

Luego nos mudamos muy lejos de allí. Pero volvimos a mis nueve años a una hermosa casa estilo normando en la calle Manuel Ugarte. En esa casa perdí, y en ese barrio, a mi madre.

Actualmente vive mi padre en Coghlan, en la calle Rivera. Nos volvimos a mudar en Lee el resto de esta entrada »

El espejo

julio 31, 2018 - Leave a Response

Es probable que esté a punto de arruinar el asunto del espejo, temática que llevo tiempo con ganas de abordar. Sin embargo tengo la necesidad de escribir sobre el tema, incluso de arruinar algo.

El espejo es un objeto que nos devuelve una imagen convencionalmente exacta de nuestro aspecto. Aunque nos devuelva del revés. Dónde la derecha es la izquierda, y la izquierda es la derecha.

¿Si nos mirásemos mucho tiempo en un espejo la imagen sobre nosotros mismos podría volverse opuesta a la que realmente emitimos?

Es, como poco, confuso.

Hay muchas vías para tomar conciencia de nosotros mismos, la percepción en sí misma es mucho más compleja que la física de un espejo. Una simple convicción personal puede desterrar la verdad que reside en él.

Salto y un pie

noviembre 11, 2008 - Leave a Response

Salto y un pie,
Uno!
Dos y tres,
Cuatro!
Cinco y seis,
Siete!
Ocho y nueve,
Salto y dos pies,
Cielo!

Carta de amor que resiste al fuego

octubre 26, 2008 - Una respuesta

Soy la carta de amor que resiste al fuego
Soy portadora de los sentimientos de mi Señora
que sabía vivir hasta ahora
sin vuestro querer.

Mi señora me ha rogado os haga saber
que su corazón está al límite desde que os ha conocido,
su corazón es ahora una mariposa
y al momento una alcachofa.

Mi Señora se estremece cuando está cerca suyo
y yo soy la carta de amor que debe confesárselo
Por mi bien
y por el suyo.

Para resistir al fuego tengo algunas mañas,
no me engañan aquellos que no tienen
Virtud
para el amor
y me tiran a la basura
¡Sin haberme reciclado!

Soy guardiana de los enamorados,
que así sea lo que pase
se presentan fugaces
y crean mundos nuevos.

Soy la carta de amor de mi Señora
que me ha convencido
y os invita al juego
en el que su Amor toma partido

Sabe Usted,
tengo vida propia
y alcanzo mucho más de lo que piensa,
escucho a quien tiene
el latido desbordado
a quien se ha enamorado
y una carta de amor necesita.

Mi Señora me ha pedido
y de palabras me he pasado
que le diga simplemente
que os amo.

 

Granada

septiembre 24, 2008 - 11 respuestas

En Granada tuve un sueño. ¿O recordaba el futuro? El tiempo lineal es puro cuento, un cuento que nos… ¿Solidifica?

Otra vez estuve allí, en Granada y en mi sueño, aunque ahora en presente y despierta. No fue tan distinto a como lo soñé, si más inmenso.

¿Es el presente el no-pasado, el no-futuro, el no-sueño? ¿O aquél en el que todo converge?

Los que me dejan sin aire, y luego me llenan de aire…

septiembre 18, 2008 - 2 respuestas

-Aquella ola estuvo a punto de engullirme una tarde de septiembre cuando tenía diez años- empezó a decir, en voz baja, el séptimo hombre.

Haruki Murakami.
«Sauce ciego, mujer dormida», «El séptimo hombre».
1ª edición febrero de 2008.

Timba

agosto 6, 2008 - 5 respuestas

-Infinidad de veces creí esencial exigir que se repartan las cartas otra vez-.

Me escuché diciendo esto en voz alta y clara. Lo dije ojeando la mano que me había tocado y advirtiendo que sería escasa, difícil de sortear. Mi oponente hizo una mueca extraña, una sonrisa nació en su vientre y recorrió rápida el camino hasta su boca. La atrapó en el último movimiento oprimiendo los labios. Hubiese sido inapropiado que sonría a sus anchas. Sin embargo leí cierta ambición que se le escapó por las comisuras de la boca.

Yo hablaba en metáfora, de la mano de cartas que me había tocado en la vida y de esos naipes boca abajo que recoges de la mesa de juego con incertidumbre, aunque intención. Oírme fue un descubrimiento detonante. Como una tormenta de verano que descarga fulminante transformando el ambiente. Repasé mis cartas y me revelaron una jugada, teñidas de algo propio, imposible sin ellas.

Me viniste a la mente.

Mi interlocutor, ajeno, miró las suyas y con gesto codicioso subió la apuesta.

Acepté.

Ocho grados menos

julio 29, 2008 - Una respuesta

Me dijeron que en la Sierra de Madrid hace unos ocho grados menos que en la capital y yo fui a comprobarlo. No recuerdo la temperatura exacta, eso sí, el aire era más puro. Seguramente había mucho de cierto en este pronóstico. Pero os prometo que esta vez la temperatura alcanzó grados inimaginables.

Cada persona tiene su propia música

julio 22, 2008 - 8 respuestas

Cada ser tiene su propia música. Me gusta conocer a las personas y escuchar la música que nuestra complejidad compone. Tenemos sonidos y silencios. Ritmos y melodías. Incluso ruido. Cuanto más atendemos, más profundas vibraciones percibimos.

Es mágico cuando dos o más composiciones se combinan. Nace una música nueva. Me complace oírla, descubrir los matices únicos de la experiencia. La conjunción puede tomar caminos inesperados. Algunas veces suena triste, otras alegre. Trágico o festivo. Incomprensible, dispar, violento. Armonioso, o desabrido. Aunque es siempre inédito.

Y si somos ávidos y tenemos la suerte de que las músicas sincronicen, oímos algo muy bello. Nos cautiva, y nos revela. Nos reúne.

El viaje de la suerte III

julio 16, 2008 - Una respuesta

(Os recomiendo, a los que no habéis leído los capítulos anteriores, comenzar por la parte primera).

A la mañana siguiente amanecí un momento después que el sol.

Desayuné. Mientras lo hacía Javi se acercó a mí con un mapa y me dijo que me había preparado una excursión. Marcó un punto en el mapa y con un gesto suave me invitó a asomarme por una de las ventanas. Esta era pequeña y se ubicaba en la parte trasera del refugio. Se veía un sendero a través de ella.

-Tomas ese camino, y sigues en dirección al refugio de Amitges- dijo, señalando hacia fuera -encontrarás indicaciones.-

Preparé una mochila con agua, frutos secos y chubasquero, dejé atrás mi macuto y me fui. Javi dijo que encontraría el camino z un mirador al «Estany de Sant Maurici» y a los «Encantats«, picos gemelos, emblemáticos del Parque.

Era un día maravilloso, repleto de luz. Anduve horas, meditando en el movimiento, disolviéndome en el entorno. Encontré un pino muy antiguo en un prado, tenía el tronco de pino más grueso que jamás había visto. Me tumbé un rato bajo su sombra, y percibí la silenciosa y primitiva sabiduría de quien siempre ha estado allí. Profundo conocimiento del detalle. -Igual que conocer el Todo- pensé.

Seguí el sendero, me crucé con alguna gente. Las indicaciones me rescataban cuando comenzaba a sentirme perdida y al fin encontré el mirador, allí no había indicación alguna, pero con solo asomarme me dí cuenta que había llegado. La vista era magnífica, al final de un verticalísimo abismo se desplegaba un lago y los Encantados, a mi derecha, descansaban imponentes.

El día había sido perfecto, sin embargo algo más ocurrió al regreso, en cierto punto del trayecto de vuelta.

Volvía embriagada de placer sensorial cuando vislumbré una marca. Difuso sobre una superficie pedregosa que se elevaba ví una torre piramidal. La marca no era más que un montoncito de piedras. La seguí. El terreno era empinado y difícil de transitar, mis pies resbalaban sobre el suelo de finas rocas. Cuando alcancé el primer hito, contemplé a mí alrededor y mis ojos encontraron, como si se acostumbraran a la oscuridad, otro. Fui a alcanzarlo, y así estuve un rato indefinido. Eran prácticamente invisibles. No había pensado hasta ahora en lo uniforme que puede resultar el auténtico caos natural. Buscaba una forma geométrica, disonante, que resalte. Me dejé llevar por aquellas manipulaciones que se escondían y luego aparecían para mi percepción.

-Si uno sabe dónde va, es más fácil- pensé.

Llegado un momento, en el que la pendiente era muy acusada, miré hacia arriba y solo vi una gran roca oval que se desprendía del resto, como flotando. Luego el cielo. Trepé hasta la roca, utilizando también las manos. Me incorporé. Estaba en lo alto de un pico. Encontré allí cerca una pirámide de piedra, como las que había seguido, pero de mayor tamaño. Era la seña madre.

[…continuará…]